Fiestas vintage, nostalgia del pasado

… ¿Y por qué nosotras somos de Los Marruecos? …

La curiosidad humana es innata desde muy temprana edad. Cogíamos cosas con las manos para probar su textura, nos echábamos a la boca arena de la playa para probar a que sabe, mirábamos por los agujeros de un botón para ver lo que podría haber dentro,… y cientos de cosas más experimentábamos a tempranas edades. También dicen que los primeros recuerdos que podemos conservar en nuestra memoria para siempre, suelen estar alrededor de los 4-5 años, aunque me consta que algunas personas recuerdan cosas con 3, o incluso 2 años. Recuerdos en forma de una imagen, o bien un arma peculiar que, pese a haber pasado 20 años, te cruzas con alguien que lleva ese mismo perfume, te hace girarte y tu mente empiece a recordar aquella última vez que la viste o azul abrazo que os disteis sin saber que era el último-

Esa curiosidad por aprender lo máximo en distintos ámbitos, sea historia local, nacional o incluso espacial, es lo que mueve a esos proyectos de jóvenes / adultos a interrogar a todo tipo de “mayores”, y os puedo asegurar que tras una visita al Museo del Bando Marroquí las preguntas pueden llegar a ser inagotables.

Tenemos la inmensa suerte de poder contar con un fondo extensísimo, en cuanto a material escrito, pero lo que más llama la atención de los jóvenes visitantes son los materiales gráficos; fotos, carteles, discos, maniquíes y demás material que decoran las repletas paredes de nuestro tesoro de historia.

Pues bien; una tarde de abril, con una temperatura inusualmente alta, llegaron a nuestra comparsa varios socios con ganas de visitar por primera vez nuestro Museo Marroquí; Antía, de unos 10 años de edad; acompañada de su hermana pequeña Libia, de 7 años; Claudio, el padre de ambas; y Juan Ernesto de unos 75 años aparentes, el abuelo de las criaturas. Si, también era el padre de Claudio, pero permitirme que me focalice en el abuelo y nietas, porque Claudio y yo, en pocos minutos pasaríamos a ser meros espectadores de un singular partido de tenis, o más bien un combate de boxeo, donde en lugar de guantes, lo que lanzaban al abuelo eran preguntas “insistentes”, principalmente por parte de Antía, alguna vez respaldada por la pequeña Libia.

Esa vitalidad de ambas, y nada más abrir la puerta de abajo y encender la luz de la escalera, hicieron que, tras las indicaciones pertinentes, corrieran a subir la escalera casi de dos en dos, en una peculiar competición entre hermanas. Antía al llegar la primera arriba, y en una señal comedida hacia su hermana de -¡te he ganado! – se dio la vuelta y, casi sin quitar la mirada a lo que aún nos quedaban unos cuantos escalones para llegar, preguntó señalando los banderines de nuestras viejas banderas, retirados y colgados en unos cuadros de la citada escalera.

– Esos trozos de telas, ¿qué son? Parecen corbatas gigantes.

Claudio, en una señal de complicidad, le hizo un tímido guiño a su padre, levantando levemente su ceja derecha, en claro ofrecimiento de – “Contéstale tú, que para eso insististe en venir.” –

– Es tradición, en las comparsas de Villena, y muy ligada a una obligación, que todas las comparsas tuvieran dos personas que representasen a todos los socios en varios de los actos. Estos cargos son el capitán y el alférez. El alférez es el encargado de llevar al hombro la bandera mayor de la comparsa en todos los actos importantes, y esa bandera, tradicionalmente, es decorada con estos banderines o corbatines – como bien has dicho que parecían corbatas gigantes-. Suelen ser regalos de personas que, para rendir un homenaje a todos los componentes de la comparsa, consideran qué la mejor manera es dejando ese regalo colorido en una de las cosas más importante que tienen todos en común: la bandera de la comparsa.

Las banderas, poco a poco en el tiempo, se van llenando de corbatines. Llega un momento que, bien porque la Comparsa hace una bandera nueva con motivo de algún aniversario, o porque no le caben más, se quitan. Para conservar el recuerdo de todos esos regalos, son retirados de la parte superior del mástil, o como también le llaman algunos “el palo de la bandera”, y colocados en grandes cuadros, para después colgarlo en las paredes y que se puedan conservar y ver por muchos años más por las nuevas generaciones.

Antía no quitó en ningún momento la mirada atenta de esos cuadros y, para dar continuidad a la visita, le señale un banderín en concreto, y le dije:

– ¡Mira, fíjate en este corbatín! Es del año 1952. Hace más de 70 años que la Comisión de Fiestas de Villena, las personas que organizaban las fiestas de Villena junto al Ayuntamiento, nos regalaron a la Comparsa de Marruecos. ¿Y queréis saber en qué bandera la pusieron?… Pues entrad conmigo al museo, que allí tenemos expuestas todas las banderas viejas, no tenemos la de 1929 que fue la encargada de recibir el nudo, pero tenemos otras muy chulas. Pasad, pasad. Vosotras las primeras.

¡Ah, por cierto! Ahora cuando entremos, guardad silencio que hay gente durmiendo, hombres, mujeres y hasta un niño tenemos ahí dentro.

La cara de sorpresa, mezclada con un poco de miedo, tanto de Libia como de Antía, pronto se convirtieron en sonrisa al contarle que era broma. – Lo que tenemos dentro son maniquíes con la ropa antigua de Los Marruecos. ¿La queréis ver ya? – ambas movieron la cabeza en señal de asentimiento- Ahora sí, pasad. ¡Vamos para adentro!

Una vez encendidas todas las luces, lo primero que les llamo la atención a las peques fue la televisión que tenemos instalada al fondo para la visualización de videos y fotos digitalizadas. La tecnología está muy presente en sus vidas, pero pronto empezaron a curiosear los cuadros, la gran cantidad de fotos que llenan nuestras paredes; fotos de la comparsa, de socios, de las carrozas, de algún famoso de la época que nos visitó en la Sala de fiestas Marruecos,… cantidad inmensa de recuerdos.

Un poco más tranquilizadas, Claudio las invitó a que se detuvieran en una foto en particular, donde aparecía un niño vestido con el traje de Marrueco. – Mirad esta foto con detenimiento. ¿No os recuerda a alguien?

– ¡Pero papáaaaaa!, -grito Antía- si es Libia, pero no tiene color la foto. ¿Cómo le han borrado los colores?

Una risa espontánea nos surgió a los 3 adultos allí presentes. Fue entonces cuando Juan Ernesto, de nuevo, le quiso dar la explicación a sus nietas.

– Sí, esa foto tiene unos cuantos años, concretamente 47 años, y está hecha sin color, porque eran las máquinas de fotos que teníamos entonces; ¡y sí!, se parece a Libia, pero porque ¿sabéis quien es el chiquillo de la foto?… Es papá, con apenas 4 añitos.

– ¡Halaaaaa, papáaaaa! ¡Qué mono eras de pequeño, y vestido de Marrueco! – le dijo Libia de modo guasón a su padre-.

A mí, personalmente, he de reconocer que este tipo de visitas me fascinan; por las salidas de los más peques, la ingenuidad que comentaba al principio, esa curiosidad por temas irrelevantes para los adultos… y, sobre todo, por las caras, veces de cachondeo y otras de interés, que ponen muchas veces al escuchar las explicaciones.

Nos detuvimos un poco más en la pared del fondo, justo debajo de la televisión donde, sin sonido, se veían trocitos de las películas históricas que se digitalizaron de super-8 a DVD. Pero los sables, el cañón antiguo de confetis, el arcabuz reventado y donado a la comparsa por Francisco García Hernández en 1996, el maniquí de la banda de cornetas y tambores que surgió en la comparsa, algún instrumento – un tambor y dos cornetas -, y muchas más cosas variopintas que llaman la atención a curiosos y extraños, tanto de niños como de mayores.

Mientras las niñas, Claudio y yo seguíamos con la vuelta, me percaté como Juan Ernesto se había quedado rezagado en la zona de los discos, los programas/carteles de las visitas de músicos famosos (Camilo Sesto, Conchita Bautista,…) mirando con especial emoción algunos de ellos. Me acerqué y le dije: “Ahora después, si usted quiere, le enseño el libro de firmas de la Sala de Fiestas, y disfrutará un poco más de sus recuerdos”.

Continuamos paseando por la sala y llegamos al sitio de las viejas mochilas y los maniquíes. Fue entonces cuando la curiosidad empezó a reflejarse en los ojos de Antía, quizás incitada por las diferencias de trajes entre los 5 guardianes del museo (de izquierda a derecha; traje masculino actual, traje de cantinera, traje de raso, traje femenino actual y capas blancas).

Dedicatoria y firma de Camilo Sesto en su visita a la Sala de Fiestas Marruecos.

– Abuelo, esta señora con falda amarilla, ¿de qué comparsa es?…

– Este traje se le denominaba de “Cantineras”, y según me contaron los mayores del momento, cuando yo era un niño como vosotras, de unos 11 o 12 años, era la manera que tenían las chicas -hijas de socios- de poder salir desfilando en la comparsa, antes que en el año 1988 las mujeres pudiesen ser fiesteras de pleno derecho.

En este justo momento, me permití cortar a Juan Ernesto para dar algún dato más sobre la figura de las cantineras del Bando Marroquí.

– Venid, aquí. Acercaos. Mirad esto que tiene colgado el maniquí. ¿No parece una botella con la forma un poco extraña hecha de madera?. Según se cuenta, esta figura fiestera viene heredada o copiada de los estamentos militares, igual que las dianas, cabos, alféreces, capitanes, en otras poblaciones cercanas los sargentos. Pues las cantineras también tienen su origen en el ejército. Eran las encargadas, si había una guerra, de darles de beber y comer a los soldados, llevando el agua o licores en esa botella rara o cantimplora.

Mirad, esta foto también. Se dice, no seguro al 100%, que es de 1899 y ya se ven cantineras junto a hombres vestidos de Marruecos. Durante 80 años siguieron saliendo algunas niñas y chicas vestidas con trajes como este.

Y justo en ese momento, la tímida Libia tomó el protagonismo en la conversación:

– ¡Abuelito!. ¿Tú tiene seste traje con esto rojo? – tocando con su dedo índice el delantal del mítico y añorado cabo Pepe Caracoles, puesto sobre el traje de raso-

– El primer traje que tuve, con apenas 6 años, me lo regaló mi abuelo Ernesto, vuestro tatarabuelo, que ya era Marrueco, y el traje se lo recompraon a un primo de un vecino del Rabal, que también toda su familia, solo los hombres, eran Marruecos. Recuerdo ese traje con mucho cariño, pero a la vez con mucho calor. Las telas que se utilizaban antes eran de raso, y la camisa verde se pegaba a la piel y picaba. Hoy en día las telas son mucho mejores, incluso algunas, como la de vuestros trajes, ni si quiera se arrugan.

En lugar de botas como ahora, llevábamos zapatos con una lengüeta enorme, y era obligatorio llevar calcetas caladas que, después de mucho tiempo puestas, se te quedaban marcadas en la piel por un buen rato y, cuando tenías. un poco de mala suerte, se rompían un poco y se te salía un dedo del pie en la calceta.

La verdad es que las fiestas han cambiado mucho en cuanto a los trajes, los actos, incluso la manera de vivirlas.

Claudio, miró a su padre y le dijo:

– Cuéntale a las nenas lo del castillo en la Puerta de Almansa…

– ¿Teníamos otro castillo en la Puerta Almansa? ¿Y dónde están las piedras? ¿Quien lo quitó? – preguntó Antía con cara de sorpresa-.

– Noooo, un castillo de piedra como el otro – el de la Atalaya – no. El castillo como está ahora, reconstruido y arreglado, solo tiene como unos 30 o 40 años aproximadamente. Antes estaba medio derruido, por guerras y el abandono al que estaba dejado.

Cuando yo apenas tenía 5 años, en 1953, se estrenó un castillo nuevo de hierro, el que ponían para fiestas en la Puerta de Almansa, como dice papá -refiriéndose a su hijo Claudio-, para hacer las embajadas. Allí tenían lugar las luchas entre el moro y el cristiano casi tal cual las conocemos hoy, cambiando pocas cosas. Era un mamotreto de 7.000 kilos de hierro y tornillos que tardaban unos cuantos días en montarlo antes de fiestas y después otros tantos en desmontarlo.

Castillo de hierro de embajadas. Años 50. VillenaCuentame.

Ese año aproximadamente fue, según contaba mi padre, – bisabuelo de las niñas- cuando Villena poco a poco empezaba a recuperarse de todas las carencias que habían tenido las familias, hasta hacía pocos años todavía, de los racionamientos de la guerra. La gente trabajaba más, podían darse algún pequeño capricho, como apuntarse a una comparsa, comprar el traje, y poco a poco las fiestas fueron despegando.

Las niñas, Claudio, e incluso yo, estábamos embelesados de la manera tan emocional que Juan Ernesto estaba contando esos recuerdos como si hubiesen pasado antes de ayer… y prosiguió…

Creo que 2 años después, el despegue de las fiestas fue más evidente se multiplicó. El día 6 de septiembre se celebró por primera vez el desfile de la Cabalgata, suprimiendo a una vieja retreta que hasta entonces se hacía en ese día, quedando hasta ahora la retreta del 7. Apareció la ofrenda de la Virgen. También el nombramiento de una Reina de Fiestas, que después daría origen a los cargos de Regidoras.

En cuanto a esto, recuerdo un año que mis padres fueron invitados para asistir a la gala de elección de la Reina de las Fiestas. Se celebró en la Plaza de Toros y mi madre me contó que una vez terminó la votación para elegir la señorita que sería la reina de ese año, lo que más llamó la atención fue la cantidad de luces, efectos luminosos y los bailes de los coros y danzas que vinieron de Onil y Albacete.

Después, la Banda Municipal con el Maestro Carrascosa al frente, tocó pasodobles y marchas moras para terminar la fiesta de la elección de Reina.

Fue una de las primeras veces que salía mi madre después de habernos tenido a mis hermanos y a mí, por eso lo recordaba con tanta ilusión y cariño.

– Pero ¿la abuela también salía de marrulla? – preguntó Libia-

– No, cariño. La abuela, por desgracia, a pesar de ser muy fiestera, de que siempre intentaba no perderse ningún desfile, como yo le decía “balconera”, pues era escuchar una banda de lejos y dejaba todo lo que estuviese haciendo para asomarse al balcón o a la ventana para averiguar por donde venían y de que comparsa podrían ser, no pudo salir desfilando con los derechos como cualquier hombre, se quedó con las ganas. Al principio, en los primeros años, porque no encontraba su espacio, sin sus amigas que le acompañasen; y cuando se hicieron el ánimo de salir “las 3 inseparables” por circunstancias y/o enfermedades ya no quisieron, pues eran o las 3 o ninguna, y al faltar Araceli ya no pudo ser.

Ella -la abuela hasta el último momento, disfrutaba como una niña el poder desfilar al ritmo del pasodoble, fuese en la ofrenda o simplemente de camino a las sillas para ver los desfiles. Siempre dije que ella era la más fiestera de la familia, pues empezaba semanas antes preparando la ropa, repasando las borlas, y dejando los trajes de Marruecos de nosotros perfectos como recién sacadas de la costurera.

Justo en ese momento, al mirar los ojos cristalinos de Claudio al escuchar a su padre, me invitaron a comerme la pregunta que tenía preparada, pues esa emoción contestaba de sobra a lo que se me había pasado por la cabeza.

La emoción/tensión de ese momento, de nuevo fue sustituida por la jovialidad de esas dos princesas marroquíes, y más que nunca princesas pues ya estaban ambas sentadas en nuestros dos sillones muy utilizados como los tronos de nuestras madrinas en infinidad de presentaciones de cargos.

– Abuelo, y tú que ya eres un poco mayor – de nuevo Antía con su alegría característica- y has salido muchos años de Marrueco, ¿echas de menos algo? O ¿te da pena algo de las fiestas de ahora?

– ¡Cariño, pareces una policía con tantas preguntas! Pero tranquila, que el abuelo te va a contestar y contar muchas cosas de las fiestas, y de los Marruecos de “la vieja guardia” como solemos decir aquí.

Las fiestas han ido cambiando mucho en los últimos 30 o 35 años. Mira, un ejemplo son estas fotos -señalando varias de nuestras escuadras especiales-. Hace años, Los Marruecos salíamos o bien con las mochilas o con las lanzas y capas blancas; unos a pasodoble y los otros a marcha mora, pero todos con el traje oficial como base de los desfiles. Poco a poco, en la gran mayoría de las comparsas, fueron apareciendo algunas escuadras especiales, y ese tipo de filas ocasionaron que muchas personas trabajen en diseñar y coser los trajes, convirtiéndosela en su fuente de ingresos, de ganar dinero, pues esos trajes que primero salen en Villena después los alquilan para otras ciudades.

Después, el tema de los desfiles es otra cosa que ha cambiado mucho. De mi juventud guardo un inmenso recuerdo de las dianas, pues era un desfile especial, pues tenías oportunidad de desfilar codo con codo con los más veteranos de la comparsa. No importaba que tuvieses 19 años, podías estar desfilando sin problema con gente que te sacaba 60 o 70 años, y en las paradas que hacíamos en las dianas, mientras te tomabas una amístela o te comías un sequillo, te contaban historias de cuando ellos eran chiquillos, todo acompañado de una rama de alhábega que habías comprado en el carromato en la Plaza De Santiago antes de salir.

Otro gran cambio en los desfiles, bueno por lo menos para mí, que me pillaba siempre en la puerta de casa, era La Entrada. Hasta hace, más o menos… unos… ¿30 años puede ser? – preguntó mirando a Claudio- la Banda hacía el arranque con los vecinos que estábamos en La Losilla, algunos Moros Viejos que se acercaban a ver la salida y pronto se iban a su fila, y algún familiar de los músicos -Claudio asintió con la cabeza- seríamos, no más de 150 o 200 personas viendo salir a la Banda Municipal. Poco a poco, y también por el adelanto de salida a la altura de la Avenida de Elche, la gente fue acudiendo en masa, y ahora ¿qué serán?, ¿2.000 personas? ¿3.000?… una barbaridad.

En ese momento Claudio se giró y me preguntó:

– ¿Tú llegaste a desfilar con las barbas postizas en el Desfile de la Esperanza? – palo que le contesté, a la vez que negaba con la cabeza- No, creo que se dejaron de usar 2 o 3 años antes de salir yo, pero sí que tengo fotos donde nos daban cigarros -apagados- para que fuésemos haciendo como que íbamos fumando-

Con cara de rareza, y las 2 a la vez, chillaron – ¿Niños con cigarros? Si, sí que estabais un poco “p’alla” ¿como se os ocurre?-

– Era otra época – le cortó Juan Ernesto-. Entonces, el Desfile de la Esperanza era como un desfile de los mayores, con los equipos completos, las barbas postizas, los puros,… Era como representar ese desfile, pero con festeros “de juguete”. A la gente le hacía gracia ver los pequeños, de 8 a 12 años como vosotras, como si fueran adultos. Eso por suerte también ha cambiado, y el desfile ahora se disfruta por el arte de esos festeros, el futuro de las comparsas.

– Papá, me ha encantado esta tarde – Libia dijo mirándonos al grupo de los adultos, si bien es cierto que tanto Claudio como yo fuimos testigos de honor de esta charla-. Yo quiero venir otra vez – prosiguió – y que el abuelo nos cuente más cosas de Los Marruecos.

Yo me ofrecí, encantado, el volver a abrirle las puertas del museo pues, como se había comprobado esa tarde, las fotos, los objetos se revalorizan con su historia, y más cuando es contado por una fuente de conocimiento y, si es respaldada con sentimientos… ¡Incalculable el valor que adquiere!

Me encuentro esperando con cierta ilusión a que un día de estos me suene el teléfono móvil, quedar con ellos con más tiempo, sin ninguna prisa, acercarme a la secretaría a por las llaves del museo y sumergirnos de nuevo en ese libro que tantas páginas tiene todavía por escribir. Les pedí a Juan Ernesto y Claudio, que en la medida de lo posible, esa segunda visita fuese antes de fiestas, ya que estas charlas con veteranos de la Comparsa te pueden llegar a cambiar la forma de ver las cosas, pues todo depende con el cristal con el que se mira, y esta nueva visión de aquellas fiestas pasadas podría hacer vivir las fiestas de una manera… más intensa.

Estoy seguro, que tanto Antía como Libia, y por supuesto Claudio, si viven todas las fiestas que puedan disfrutar al lado del abuelo, con la misma intensidad y sentimiento que Juan Ernesto las vivió y las vive, serán momentos y experiencias enormes/únicas que ellas podrán contar a futuras generaciones, y espero que esta primera visita a nuestro museo, dentro de muchos años, tenga un especial recuerdo en sus memorias.

… el ser Marrueco, se nace o se hace; pero sobre todo el ser de los Marruecos, se disfruta…

Juan José Lillo Pérez. Cronista del Bando Marroquí

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